La Iglesia ha dividido el año litúrgico en distintos tiempos que corresponden a los diferentes acontecimientos y a los diversos períodos de la vida de Jesucristo. Cada tiempo litúrgico representa una fase de la vida del Salvador y posee para la santificación de nuestra alma una eficacia que le es propia. Es muy importante, por lo tanto, que conozcamos el espíritu que caracteriza cada tiempo del año litúrgico, con el fin de ponernos siempre en las disposiciones requeridas para dar a Dios la gloria propia del misterio celebrado y beneficiarnos de su eficacia particular.
La lectura de los textos que utiliza la Iglesia durante las cuatro semanas del Tiempo del Adviento nos descubre claramente la intención de hacernos compartir el pensamiento y el espíritu de los Patriarcas y Profetas de Israel que deseaban el Advenimiento del Mesías: Ven, Señor, no tardes ya —Ven, Señor, para salvarnos. Y el Evangelio de este Primer Domingo de Adviento concluye así: Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre (cfr. Mt 24,37-44).
Dos son las venidas de Cristo, atestiguadas por la Escritura:
1º Cuando por nuestra salvación tomó carne mortal en el vientre de la Virgen María y se hizo hombre.
2º Cuando al fin del mundo venga a juzgar a todos los hombres. Esta segunda venida es llamada comúnmente en las Escrituras «día del Señor» (I Tes 5, 2), y su hora nadie la conoce (Mt 24, 36; Mc 13, 32).
Estas dos venidas de Cristo son inseparables porque tienen el mismo objetivo. Ya que si el Hijo de Dios se humilló y rebajó hasta nosotros haciéndose hombre en su Primera Venida, es para hacernos ascender hasta su Padre en el Cielo por medio de su Segunda Venida.
Y la sentencia que el Hijo del Hombre pronuncie cuando venga por segunda vez, dependerá de la acogida que hayamos hecho de su primera Venida. El juicio final dependerá, pues, de la aceptación del misterio de Cristo, es decir, del misterio de la Encarnación con todas sus consecuencias.
Se comprende por lo tanto el papel del Adviento.
1º. Este Tiempo nos proporciona, las disposiciones que debemos tener para recibir a Jesucristo en su Primera Venida: puesto que las fiestas de Navidad son para la Iglesia una aplicación actual de las gracias de la Encarnación.
2º. Y, por otra parte, el Adviento nos prepara a incorporarnos al número de los benditos del Padre cuando Jesucristo regrese en su Segunda Venida. Por eso es necesario poner en práctica la enseñanza del Apóstol: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz» (2ª Lectura Rm 13,11-14).
Nunca debería apartarse de nuestra consideración la esperanza en la definitiva venida de Jesucristo:
1º. Porque es muy útil para alejarnos del pecado (Eclo 7, 40) y llamarnos a la práctica de la piedad, al considerar que tendemos que dar un día a Dios una cuenta rigurosa de todos nuestros pensamientos, palabras, obras y deseos.
2º. Para estimularnos a perseverar en la práctica del bien con la esperanza del día en que seremos ensalzados eternamente con los honores divinos de la gloria celestial.
Pidamos a la Virgen Santísima que nos facilite el camino hacia Dios, para que viviendo así, vayamos cada día recorriendo el camino que nos conducirá a la presencia de Dios en el Cielo.