19/12/09

"La acción política debe estar unida a la verdad objetiva"


Audiencia General

S.S. Benedicto XVI
Diciembre 16, 2009



Queridos hermanos y hermanas,
Hoy vamos a conocer la figura de Juan de Salisbury, que pertenecía a una de las escuelas filosóficas y teológicas más importantes del medioevo, la de la catedral de Chartres, en Francia. También él, como los teólogos de los que he hablado en las pasadas semanas, nos ayuda a comprender cómo la fe, en armonía con las justas aspiraciones de la razón, empuja al pensamiento hacia la verdad revelada, en la que se encuentra el verdadero bien del hombre.

Juan nació en Inglaterra, en Salisbury, entre el año 1100 y el 1120. Leyendo sus obras, y sobre todo su rico epistolario, podemos conocer los hechos más importantes de su vida. Durante doce años, entre 1136 y 1148, se dedicó a los estudios, frecuentando las escuelas más cualificadas de la época, en las que escuchó las lecciones de maestros famosos. Se dirigió a París y después a Chartres, ambiente que marcó mayormente su formación y del que asimiló su gran apertura cultural, el interés por los problemas especulativos y el aprecio por la literatura. Como sucedía a menudo en aquel tiempo, los estudiantes más brillantes eran requeridos por prelados y soberanos, para ser sus estrechos colaboradores. Esto le sucedió también a Juan de Salisbury, que fue presentado por un gran amigo suyo, Bernardo de Claraval, a Teobaldo, arzobispo de Canterbury - sede primada de Inglaterra –, el cual lo acogió de buen grado en su clero. Durante once años, entre 1150 y 1161, Juan fue secretario y capellán del anciano arzobispo. Con celo infatigable, mientras seguía dedicándose al estudio, llevó a cabo una intensa actividad diplomática, trasladándose en diez ocasiones a Italia, con el objetivo específico de cuidar las relaciones del Reino y de la Iglesia de Inglaterra con el Romano Pontífice. Entre otras cosas, en esos años el Papa era Adriano IV, un inglés que tuvo con Juan de Salisbury una estrecha amistad. En los años consecutivos a la muerte de Adriano IV, sucedida en 1159, en Inglaterra se creó una situación de grave tensión entre la Iglesia y el Reino. El rey Enrique II, de hecho, pretendía afirmar su autoridad sobre la vida interna de la Iglesia, limitando su libertad. Esta toma de postura suscitó las reacciones de Juan de Salisbury, y sobre todo la valiente resistencia del sucesor de Teobaldo en la cátedra episcopal de Canterbury, santo Tomás Becket, que por este motivo fue al exilio, en Francia. Juan de Salisbury lo acompañço y permaneció a su servicio, trabajando siempre por la reconciliación. En 1170, cuando tanto Juan como Tomás Becket habían vuelto ya a Inglaterra, este último fue asaltado y asesinado dentro de su catedral. Murió como mártir y como tal fue en seguida venerado por el pueblo. Juan siguió sirviendo fielmente también al sucesor de Tomás, hasta que fue elegido obispo de Chartres, donde permaneció desde 1176 hasta 1180, año de su muerte.

De las obras de Juan de Salisbury quisiera señalar dos, que son consideradas sus obras maestras, y que están designadas elegantemente con los títulos griegos de Metaloghicón (En defensa de la lógica) y el Polycráticus (El hombre de Gobierno). En la primera obra él – no sin esa fina ironía que caracteriza a muchos hombres cultos – rechaza la postura de aquellos que tenían una concepción reduccionista de la cultura, considerada como vacía elocuencia, palabras inútiles. Juan en cambio elogia la cultura, la auténtica filosofía, es decir, el encuentro entre pensamiento fuerte y comunicación, palabra eficaz. Él escribe: “Como de hecho no sólo es temeraria, sino también ciega la elocuencia no iluminada por la razón, así la sabiduría que no se emplea en el uso de la palabra no sólo es débil, sino en cierto sentido se trunca: de hecho, aunque quizás una sabiduría sin palabra pueda aprovechar de cara a la propia conciencia, raramente y poco aprovecha a la sociedad” (Metaloghicón 1,1, PL 199,327). Una enseñanza muy actual. Hoy, la que Juan definía “elocuencia”, es decir, la posibilidad de comunicar con instrumentos cada vez más elaborados y difundidos, se ha multiplicado enormemente. Con todo, tanto más sigue siendo urgente la necesidad de comunicar mensajes dotados de “sabiduría”, es decir, inspirados en la verdad, en la bondad, en la belleza. Esta es una gran responsabilidad, que interpela en particular a las personas que trabajan en el ámbito multiforme y complejo de la cultura, de la comunicación, de los media. Y este es un ámbito en el que se puede anunciar el Evangelio con vigor misionero.

En el Metaloghicón Juan afronta los problemas de la lógica, en sus tiempos objeto de gran interés, y se plantea una pregunta fundamental: ¿qué puede conocer la razón humana? ¿Hasta qué punto puede corresponder a esa aspiración que hay en cada hombre, es decir, la búsqueda de la verdad? Juan de Salisbury adopta una postura moderada, basada en la enseñanza de algunos tratados de Aristóteles y de Cicerón. Según él, ordinariamente la razón humana alcanza conocimientos que no son indiscutibles, sino probables y opinables. El conocimiento humano – esta es su conclusión – es imperfecto, porque está sujeto a la finitud, al límite del hombre. Sin embargo, éste crece y se perfecciona gracias a la experiencia y a la elaboración de razonamientos correctos y concretos, capaces de establecer relaciones entre los conceptos y la realidad, gracias a la discusión, a la confrontación y al saber que se enriquece de generación en generación. Sólo en Dios hay una ciencia perfecta, que se comunica al hombre, al menos parcialmente, por medio de la Revelación acogida en la fe, por lo que la ciencia de la fe, despliega las potencialidades de la razón y hace avanzar con humildad en el conocimiento de los misterios de Dios.

El creyente y el teólogo, que profundizan en el tesoro de la fe, se abren también a un saber práctico, que guía las acciones cotidianas, es decir, a las leyes morales y al ejercicio de las virtudes. Escribe Juan de Salisbury: “La clemencia de Dios nos ha concedido su ley, que establece qué cosas nos son útiles conocer, y que indica cuánto nos es lícito saber de Dios y cuánto es justo indagar... en esta ley, de hecho, se explicita y se hace manifiesta la voluntad de Dios, para que cada uno de nosotros sepa lo que es para él necesario hacer" (Metaloghicón 4,41, PL 199,944-945). Existe, según Juan de Salisbury, también una verdad objetiva e inmutable, cuyo origen es Dios, accesible a la razón humana y que tiene que ver con la actuación práctica y social. Se trata de un derecho natural, en el que las leyes humanas y las autoridades políticas y religiosas deben inspirarse, para que puedan promover el bien común. Esta ley natural se caracteriza por una propiedad que Juan llama “equidad”, es decir, la atribución a cada persona de sus derechos. De ella descienden preceptos que son legítimos para todos los pueblos, y que no pueden en ningún caso ser abrogados. Esta es la tesis central del Polycráticus, el trataso de filosofía y de teología política, en el que Juan de Salisbury reflexiona sobre las condiciones que hacen posible la acción de los gobernantes justa y consentida.

Mientras otros argumentos afrontados en esta obra están ligados a las circunstancias históricas en las que fue compuesta, el tema de la relación entre ley natural y ordenamiento jurídico-positivo, mediado por la equidad, es aún hoy de gran importancia. En nuestro tiempo, de hecho, sobre todo en algunos países, asistimos a un desapego preocupante entre la razón, que tiene la tarea de descubrir los valores éticos ligados a la dignidad de la persona humana, y la libertad, que tiene la responsabilidad de acogerlos y promoverlos. Quizás Juan de Salisbury nos recordaría hoy que son conformes a la equidad sólo esas leyes que tutelan la sacralidad de la vida vida humana y rechazan la licitación del aborto, de la eutanasia y de las experimentaciones genéticas sin límites, esas leyes que respetan la dignidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, que se inspiran en una correcta laicidad del Estado – laicidad que comporta siempre la salvaguarda de la libertad religiosa – y que persiguen la subsidiariedad y la solidaridad a nivel nacional e internacional. De lo contrario, acabaría por instaurarse la que Juan de Salisbury define como “la tiranía del príncipe" o, diríamos nosotros, “la dictadura del relativismo": un relativismo que, como recordaba hace unos años, “no reconoce nada como definitivo y deja como última medida sólo al propio yo y sus antojos" (Missa pro eligendo Romano Pontifice, Homilía, "L’Osservatore Romano", 19 abril 2005).

En mi Encíclica más reciente, Caritas in veritate, dirigiéndome a los hombres de buena voluntad, que se empeñan para que la acción social y política nunca sea desenganchada de la verdad objetiva sobre el hombre y sobre su dignidad, escribí: “La verdad y el amor que ésta comporta no se pueden producirm sólo se pueden acoger. Su fuente última no es, no puede ser, el hombre, sino Dios, o sea, Aquel que es Verdad y Amor. Este principio es muy importante para la sociedad y para el desarrollo, en cuanto que ni una ni otro pueden ser sólo productos humanos; la misma vocación al desarrollo de las personas y de los pueblos no se funda en una sencilla deliberación humana, sino que está inscrita en un plan que nos precede, y que constituye para todos nosotros un deber que debe ser libremente acogido” (n. 52). Este plan que nos precede, esta verdad del ser debemos buscarla y acogerla, para que nazca la justicia, pero podemos encontrarlo y acogerlo sólo con un corazón, una voluntad, una razón purificados en la luz de Dios.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero presentar la figura de Juan de Salisbury, nacido en Inglaterra a principios del siglo doce. Recibió su formación en las escuelas más importantes de la época, París y Chartres. Completados sus estudios, fue consejero de los distintos Prelados de la Sede de Canterbury, poniendo a su disposición sus amplios conocimientos y sus dotes diplomáticas. Ya anciano, fue elegido Obispo de Chartres, donde ejerció su ministerio hasta su muerte.

De entre las obras de Juan de Salisbury destacan dos por su vigente actualidad. La primera, titulada Metaloghicon, se centra en la defensa de la cultura como la conjunción entre la elocuencia y la sabiduría. Hoy, en efecto, los numerosos instrumentos y medios de comunicación necesitan de mensajes dotados de sabiduría e inspirados en la verdad. En la segunda obra, dedicada al hombre de gobierno, y titulada Polycráticus, sobresale el tema de la relación entre ley natural y el ordenamiento jurídico. Poner en el centro de toda acción social la verdad objetiva del hombre continúa siendo una necesidad ineludible.

Saludo a los fieles de lengua española provenientes de España y diversos países de Latinoamérica, en particular a los sacerdotes recientemente ordenados de la Congregación de Legionarios de Cristo, a sus familiares y amigos, así como a los miembros del "Regnum Christi". A los nuevos presbíteros, deseo recordarles que, con ocasión del Año Sacerdotal, aprendan de san Juan María Vianney el amor a Cristo y su generoso servicio a la Iglesia. Que vuestra donación sea siempre total, plena y gozosa, sin olvidar nunca la predilección del Señor por vuestras vidas. Saludo también a los miembros de la Delegación del Estado de México, a quienes agradezco cordialmente su visita y la iniciativa emprendida de regalar el Pesebre y el Árbol, que estarán presentes en esta Aula durante estas Fiestas de Navidad y Año Nuevo. Muchas gracias.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez
© Libreria Editrice Vaticana]




7/12/09

AVE MARÍA, GRATIA PLENA


La devoción de los españoles a la Reina de cielos y tierra, María Santísima, se remonta al principio del cristianismo. El templo del Pilar, levantado en Zaragoza por el Apóstol Santiago, es una prueba clara y terminante de que, aun viviendo en la tierra la Virgen María, España la honraba, veneraba y tributaba culto como a Madre de Dios e imploraba su auxilio como Madre de los hombres que gimen y lloran en este valle de lágrimas. Hemos de creer también que los españoles reconocieron desde el principio las gracias y dones con que Dios quiso adornarla, y entre ellos, su Concepción Inmaculada.

La Inmaculada Concepción en la época visigoda

San Fulgencio, que vivió al principio del siglo sexto, dice: "La Santa Virgen fué excluida enteramente de la primera sentencia."

San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, que floreció a mitad del siglo VII, dice: "Erradamente se quiere sujetara la Madre de Dios a las leyes de la naturaleza, pues consta que ha sido libre y exenta de todo pecado original y que ha levantado la maldición de Eva." Este santo Obispo no se limitó a exponer su opinión sobre la Concepción de María, sino que mandó celebrar so1emnente la fiesta de la Concepción de la Madre de Dios.

El concilio IV de Toledo, celebrado el año 633, aprueba con elogio el Breviario reformado por San Isidoro, Arzobispo de Sevilla, en el que existe oficio de la Inmaculada Concepción de María, y en él se le llama preservada de la culpa original.

El concilio XI de Toledo, año 675, hace un elogio de la doctrina de San Ildefonso, dando a entender que se confirma en ella y designa a María con estas palabras: "La Santa e Inmaculada Virgen María".

Que el pueblo español creía unánimemente en la Concepción Inmaculada de Maria se desprende de una ley dada por el rey Ervigio en la cual se obligaba a los judíos a abstenerse de trabajos serviles en los días de fiesta de los cristianos, y entre las fiestas que cita se encuentra la de "Concepción de la Virgen María".

Los reyes españoles y el misterio de la Concepción Inmaculada

En el siglo XII, nuestro San Juan de Mata defendió en la Sorbona, de Paris, con tal elocuencia el misterio de la Inmaculada Concepción de María, que don Fernando Ramírez Luque escribe a este respecto: "Desde que la gran Universidad de Paris, casi por los años 1190, oyó a nuestro San Juan de Mata tratar tan sublimemente la cuestión de la inmunidad a todo pecado de María Santísima, quedó tan apasionada a este dulce misterio, que después, con sus libros, sus votos, sus censuras y sus alumnos, ha sido el muro de bronce de la sentencia pía. "

En 1384, don Juan I, rey de Aragón, mandó que se celebrase la fiesta de la Concepción Inmaculada en todas las provincias de España liberadas del yugo del islamismo. En el real decreto dice: "Así, Nos honramos con un corazón puro el misterio de la bienaventurada y feliz Concepción de la Santísima. Virgen, Madre de Dios; y Nos y todos los miembros de la real casa celebramos cada año la fiesta con toda solemnidad, del mismo modo que la han celebrado nuestros excelsas predecesores, quienes establecieron una Cofradía perpetua., Por ésta ordenamos que la fiesta de la Inmaculada Concepción se celebre todos los años perpetuamente con gran solemnidad y respeto en todos los Estados de nuestra obediencia."

El rey don Martín, hermano de don Juan I, impuso la pena de muerte a los que hablaran contra los créditos y pureza de la Concepción si no salen “en el término de diez días de la ciudad, villa o aldea en que pecaron, y en el de treinta días, a contar desde entonces, se marchen de nuestras tierras sin esperanza alguna de volver a ellas".

Los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel eran cofrades de la Cofradia de la Purísima concepción de la Preservada Virgen, y lo fueron igualmente su nieto Carlos V de Alemania y I de España, y, entre otros reyes de España. Felipe V, Fernando VI, Carlos III, Car1os IV Y Fernando VII.

El milagro de Empel

El 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla combatía en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal, bloqueado por completo por la escuadra del Almirante Holak. El bloqueo se estrechaba cada día más y se agotaron los víveres y las ropas secas. El jefe enemigo propuso entonces una rendición honrosa pero la respuesta española fue clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Ante tal respuesta, Holak recurrió a un método harto utilizado en ese conflicto: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo. Pronto no quedó más tierra firme que el montecillo de Empel, donde se refugiaron los soldados del Tercio.


En ese momento crítico, un soldado del Tercio que estaba cavando una trinchera tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Anunciado el hallazgo, colocaron la imagen en un improvisado altar y el Maestre Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen Inmaculada: «Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día». Un viento completamente inusual e intensamente frío se desató aquella noche helando las aguas del río Mosa. Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una victoria tan completa que el almirante Holak llegó a decir: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro».

Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, la flor y nata del ejército español. Sin embargo, este patronazgo se consolidaría cuarenta años después de que en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, se proclamase como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima.

Voto de defender el misterio de la Inmaculada Concepción

Fueron tan grande la devoción y entusiasmo de los españoles por la Concepción Inmaculada de Maria Santísima, que se fundó en España 1a Orden militar con e1 titulo de Milicia Cristiana de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen Maria. Fué instituida esta Orden el año 1624. Sus fundamentos son el juramento de obediencia a la Santa Iglesia Romana para 1a exaltación de la fe contra los herejes y conquista de Tierra Santa. Llevaba por hábito una cruz azul de1 centro de ella salía unos rayos de oro, y sobre ellos la Virgen como nos la describe el Apocalipsis, vestida del sol y coronada de estrellas con la luna debajo, de sus pies.

El rey Felipe II impuso ya como obligatorio a las Universidades españolas, por decreto de 24 de enero de 1604, que es la ley 17, título I, libro I de la Novísima Recopilación, el hacer voto de defender el misterio de la Concepción Inmaculada. El mismo voto o juramento hacían los demás estamentos, tanto civiles como militares, de España.

Claramente es ve esto en el memorial elevado por las Cortes al Papa, del cual son las siguiente palabras: "Todos los diputados de das Reinos de España que representaban todas sus provincias en las Cortes celebradas en 17 de julio de este año (1760), expresaron al Serenísimo Rey Católico la perpetua e innata piedad y religión de todos los que tienen el nombre español a la Santísima Madre de Dios y Reina de los ángeles, Virgen María, principalmente en el misterio de la Inmaculada Concepción, y que: siendo muy pocos las vasallos del Rey Católico que no están incorporados a alguna Orden Militar, Universidad, Ayuntamiento. Colegio, Cofradía u otro Cuerpo establecido legítimamente, se observa en todos ellos con el mayor cuidado que al entra haga ceda uno juramento solemne de sostener y defender con todo celo y hasta donde alcancen sus fuerzas el misterio de la Inmaculada concepción, cuyo juramento hicieron también el Rey Católico y los Diputados de los Reinos de España en las Cortes celebradas en el año 1621."

La Inmaculada Concepción es nombrada Patrona de España

El rey Carlos III, accediendo a los deseos manifestados por las Cortes; tomó como universal Patrona de toda la monarquía a la Santísima Virgen en su Inmaculada Concepción; A instancias de este monarca, el Papa Clemente XIII, por Breve de 8 de noviembre de 1760, confirma este Patronato de Maria en todos los dominios de España; manda que todo el clero, secular y regular, celebre la fiesta de la Inmaculada Concepción bajo el rito doble de primera clase y con octava y concede indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados a los fieles que, debidamente dispuestos, visiten aquel día cualquier templo dedicado a Dios en honor de su Santísima Madre.

Con otro Breve amplia y extiende a el clero el oficio y misa de la Concepción, como practicaba ya la Orden seráfica.

Finalmente, con otro Breve autoriza Clemente XIII para que en la Letanía lauretana, después de decir "Mater intemerata", se añada "Mater inmaculata".

Más tarde el Romano Pontífice Gregorio XVI, a instancias del Cardenal Arzobispo de Sevilla, concedió que en la misma Letania se d1ga "Regina sine labe original concepta".

Definición dogmática

La definición contenida en la bula Ineffabilis Deus, de 8 de diciembre de 1854, es del tenor literal siguiente:

.. Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho

" Bula Ineffabilis Deus"'

La Inmaculada y las ciencias y artes españolas

Cuando la ciencia española llegó a mayor altura y dirigían sus sabios el movimiento científico del mundo civilizado, juraban las profesores de las Universidades más famosas defender hasta morir el privilegio rnariano, Así lo hicieron las Universidades de Valencia, Salamanca, Sevilla, Granada., Valladolid, Oviedo, Compostela, Oñate, Baeza, Alcalá, Osuna, Huesca, Barcelona, Zaragoza, etc, , y de tal modo estaban convencidos de la certeza de su doctrina, que ninguna de las Universidades de España se volvió atrás de su voto.

Los artistas españoles se elevaron a la cumbre de la inspiración cuando pintaron o cantaron el misterio augusto de la Concepción sin mancha de María.

¡Concepciones de Ribera, de Juan de Juanes, de Antolinez, de Valdés Leal y de Murillo! Las almas de estos artistas volaron al cielo, contemplaron allí la belleza idea1 de la Inmaculada y la trasladaron a sus cuadros, joyas del arte ambicionadas por todos los museos del mundo.

De la poesía española han brotado los cánticos más inspirados, 1as estrofas más líricas y bellas en honor de la Purísima Concepción.

Contemplad los floridos y aromáticos rosales de sus poemas, desde "El duelo de la: Virgen", en e1 siglo XII, hasta los líricos del siglo XIX. Repasad las "Cantigas del rey sabio", el "Cancionero" ,de Baena, el "Cancionero general". Subid a las cumbres más elevadas de la literatura, y si preguntáis a Lope de Vega, a Tirso de Molina, a Calderón, etc.., cuál es el ideal que les inspiraba en las obras más portentosas de su ingenio, os contestarán que la Pureza bellísima de la Inmaculada Concepción.

El pueblo español y la Inmaculada

El gran amor del pueblo español ha sido siempre la Virgen Maria. Imposible encontrar un templo en España que no tenga una imagen de Maria; imposible encontrar un hogar en donde no se venere y se invoque a la Reina de cielos y tierra con el dulce nombre de Madre.

El pueblo de España expresa el amor que tiene a la Purísima en sus cantares, en los gozos de las iglesias, en las jotas en los romances de los ciegos y de las abuelas, en las plegarias mezcladas de piropos que manan muchas veces de corazones tristes, que, en su dolor, ponen la única esperanza en el auxilio de la Virgen sin mancilla.

Cuando se va a entrar en una casa, dice el pueblo: "Ave Maria Purísima", y la contestación que da el mismo pueblo es ésta: "Sin pecado concebida"; la oración que todos los españoles aprendemos desde niños es: “Bendita sea tu pureza ..., y eternamente lo sea..."; por la mañana, al mediodía y por la tarde, cuando las campanas tocan el "Ángelus", todos dirigimos nuestro pensamiento a la Santísima Virgen saludándola y felicitándola, porque, al hacerla Madre de Dios, el omnipotente también la hizo "gratia plena", llena de gracia, esto es, Inmaculada. ¿Quién puede poner en duda que el pueblo español es el defensor más decidido, el trovador más ferviente, el poeta más inspirado y el hijo más amante de la Inmaculada Virgen Maria?

Desde que nace nuestra Patria se une de tal forma a la Virgen María, que ya no habrá modo de separarla del regazo maternal de su Rema y Madre; y cuando descubre un mundo nuevo, lleva a este mundo, juntamente con la civilización cristiana, el más preciado de los dones espirituales y la más grande de todas 1as esperanzas; el culto a la Reina y Madre de misericordia, María Santísima, haciendo nacer en los corazones de veinte pueblos estos dos grandes amores: el amor a la madre Patria, España, y el amor a la Madre celestial, la Pura e Inmaculada Concepción.

6/12/09

La dictadura quiere quitar los crucifijos de los colegios




La dictadura masónica-parlamentaria que desea llevar a España al suicidio, a la destrucción y al mayor desastre que nación puede sufrir, que no es otro que el olvido y el desprecio a la Misión universal de nuestra Patria ante la Providencia, la historia y el mundo; se ha empeñado en aniquilar cualquier atisbo de fe, lealtad y responsabilidad que se pueda desarrollar entre jóvenes y mayores. Ya ha empezado invirtiendo los valores y persiguiendo a la educación de siempre (aquella en la que si suspendías más de dos repetías, aquella en la que debías estudiar para aprobar, aquella en la que aprendías Historia, Música, Matemáticas, Geografía, Literatura, Filosofía) con un sistema educativo indigno de países en el subdesarrollo, con una temática amputada, incompleta y manipulada y con un nivel bajísimo donde el fracaso escolar está a la orden del día y la motivación entre los jóvenes no es otra que la del pecado.

Recordar que ésta piara es heredera de aquel gobierno golpista y asesino de la revolución del octubre del 34 y del Frente Popular. Ya entonces eliminaron los crucifijos y luego no conformes con eso, quemaban las iglesias y asesinaban a los curas, a las monjas y a los feligreses, y después les acusaban de "fascistas". Pero detrás lo que hay es Odio, odio a Cristo y la Religión Católica, Única Verdadera y fuera de la cuál NADIE puede salvarse. Evidentemente ésta casta traidora de políticos incultos y ateos se llevan mejor con los moros aunque pueden ser que en los estados talibanes no durasen ni un solo día ni aspirasen a la carrera política persiguiendo al Islam o a su Profeta, allí permanecerían en silencio porque comprenderían la costumbre y la tradición religiosa del país en el que medrar.

La propuesta ilegal y antidemocrática cuenta con el apoyo de la Izquierda Republican de Cataluña, quién si no, los amigos de la E.T.A, los amigos de la corrupción introducida en las instituciones, los amigos de los grandes sueldos y grandes despachos, los amigos de Z-ETA pé, los amigos de callar cuando el Barrio del Carmelo se hunde, los amigos de los "valientes jóvenes de la nación catalana" que aparecen por sorpresa en un aula de la universidad para amenazar de muerte a un profesor y los ENEMIGOS de España, de su unidad de destino y de la Santa Iglesia, esposa FIEL de Jesucristo, NUESTRO ÚNICO DIOS y REDENTOR.

3/12/09

Parábola de Don Quijote


A limpiar la tierra de aquellas asperezas y abrojos que le nacieron como fruto inevitable de la primera caída, salió por los confines del mundo el señor Don Quijote. Sobre la limpia imagen del Paraíso ha caído una sombra espesa, un sudario de culpable silencio que la oculta para siempre de la visión de todos los ojos. Y Don Quijote quiere espantar esas nubes, rasgar ese velo, y devolver al mundo angustiado la prístina alegría. Sobre su alma abierta pesa el dolor de muchos mortales. Siente el de la viuda solitaria, el del huérfano indigente, el de la doncella forzada. Siente que sobre su carne magra se retuerce estrangulante la cadena de muchas opresiones, de muchas injusticias. Y el gemido de los débiles le taladra sin descanso el oído y le estruja el corazón.

¡Oh, qué nostalgia, qué tremenda nostalgia la del Paraíso perdido! «Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos –se dice el caballero– a quien los antiguos pusieron por nombre de dorados y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío... Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia... No había la fraude, el engaño, ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza.»

¡Y, en cambio, en los días que corren...!

Pero Don Quijote no ha venido al mundo para mesarse el cabello en la desesperación, ni encogerse escéptico de hombros ante la desgracia. El señor hidalgo no es un pesimista. Pero, ¡cuidado!, que tampoco es un optimista. A tiempo dejó él los terminachos de marras para los emancipados de la eternidad, para los que en cuatro patas balan ante la diosa razón, o de un par de zancadas se meten en la mutualista sociedad protectora de animales. Tiene muy abiertos los ojos hacia el más allá; se siente libre colaborador de un inmenso plan de restauración universal preestablecido por la Suprema Inteligencia, para que le vengan con pesimismos que siegan de inmediato todo vuelo, ni tampoco con optimismos que intentan construir sobre el solo yo toda la posibilidad del triunfo. Caballero cristiano, al fin, sabe que por sobre estos resecos ademanes positivistas, está la vivificante virtud de la esperanza. Ella es la que le hace sobrellevar con igual serenidad, con igual temple y resolución, el momento feliz que el instante desgraciado. Tiene Don Quijote el ojo avispado del profeta que descifra el enigma, que posee el secreto interior, el nombre verdadero de todas las criaturas. Los molinos son gigantes; las ventas, castillos; las hacías, yelmos; las aldeanas, princesas; las prostitutas, doncellas; el piño de carneros, reluciente escuadrón de caballería. Porque las cosas del mundo –ya lo había dicho San Pablo– semejan visiones de un espejo, son apenas simples imágenes, y la revelación de la verdad, que la enigmática parábola de la historia oculta a los ojos mortales, pertenece al último día. Entonces se descorrerá el velo, se proyectará toda la luz; los fantasmas de hoy adquirirán contornos precisos e insospechados, y el paraíso perdido se hallará de nuevo y para siempre.

Mientras, recto y tajante como una espada de arcángel, camina el caballero por el umbroso paisaje. Es el vigilante anunciador de la senda olvidada. El portador de la Palabra única que clama en el desierto. A su lado, con alas de cuervo, revolotean, enfundados en máscaras de curas, bachilleres y barberos, los sabihondos y artistosos, los mercachifies y policastros. Y le graznan al oído, de trecho en trecho, consejos de prudencia, de transacción, de sensatez. Pero el andante señor sigue impertérrito, clavada la voluntad en su propósito de liberar a las criaturas oprimidas por el encantamiento, de revelar a cada una su nombre oscurecido. Sobre el corro de fantasmas de rostros falseados, podría él echar la alocución esperanzada de Ezequiel ante los huesos inermes de la llanura: «Yo voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis y pondré sobre vosotros nervios y os cubriré de carne.»

Sí, es una nueva humanidad la que quiere definir Don Quijote. Una Humanidad rectificada, vuelta a su primitivo cauce, aliviada ya de la sombra de la caída que manchó por entero la verdad de su faz. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Pero dónde está hoy esa analogía? ¿Y cómo recobrarla?

Por el seso del caballero galoparon las soluciones. El hombre puede redimirse por las letras, le habló una voz dentro de sí. El hombre sólo puede salvarse por las armas, le gritó muy alto otra palabra interior. Las letras, las armas. ¿Cuál camino escoger para rehabilitar al hombre? Pero un día él lo vio todo claro. Un día comprendió que el fin de las letras es «poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo y entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto, y digno de grande alabanza –se dijo para sí el pensante hidalgo-; pero no de tanta –agregó, bien luego– como merece aquél que a las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida».

iBien venida la justicia que nos traen las letras! Sí, bien venida, porque es un atributo de Dios. Pero, ¿su único, su principal atributo...? La justicia sola, como don exclusivo, abruma implacable las espaldas del hombre caído. La justicia es el brazo de la ley, y la ley engendra el pecado... La justicia es hija de la letra, y la letra mata...

En cambio, el ejercicio de las armas nos traen la paz. Porque las grandes batallas no se dan para otro objeto que para restablecer el orden, para colocar las cosas en su verdadera escala jerárquica. Y las cosas se congregan en un todo armónico y coherente, cuando entre ellas existe atracción, simpatía. Por eso sólo el amor puede traer el dulce sosiego, la quietud perfecta. Cuando Pablo de Tarso mandaba a los efesios a los grandes combates del mundo, les hacía calarse «el yelmo de la salud», revestirse de «la coraza de la justicia», embrazar el «escudo de la fe» y coger resueltos «la espada del espíritu, que es la palabra de Dios». ¿Y qué otra palabra puede ser ésta que Amor, después de la definición que de El nos ha dado San Juan?

Con esta espada del mayor discernimiento con esta Palabra de vida, es posible redimir al hombre. Sí, sólo la tizona del espíritu puede abrirse camino por la maraña de follones y malandrines que han enmalezado el jardín del universo. Sólo el Amor es capaz de evocar la visión del Paraíso perdido. Porque sólo al través del Amor el hombre vuelve a recobrar su analogía con Dios.

Erguido como una columna va por la anchurosa meseta el caballero del testimonio y de la soledad. Curas, bachilleres y barberos le musitan al pasar cuerdos recados. Pero él, revestido con las armas de la luz, sigue adelante en su suprema locura, en su indomable esperanza, puestos los ojos allá lejos en esos cielos nuevos y tierra nueva donde morará la justicia, salvada del peso angustioso de la letra y bajo el signo inescrutable y definitivo del Amor.

Santiago de Chile, noviembre de 1947.
Jaime Eyzaguirre